Como si por aguardarte inquieto hubieras de girarte más deprisa,
me tienes aquí apostado, espalda contra lecho, en tu espera.
Así tuviste siempre al sacerdote de tus versos,
si no en casa, mudado al amparo de los árboles de siempre,
como si por aquello tu presencia se alargara
tras tus horas,
ese breve espacio del tiempo que le dieras.
Abandona tu silencio guardaespaldas,
vuelve a las voces y escucha:
Aún habrá madera o hierba que te adore,
a pesar de que mi cama trepadora se te escape de impaciencia
y duerma al fin y al despertar, estés delante.
© Ramón Ataz2011
Delicioso poema, con el punto justo de ternura y fina ironía.
ResponderEliminarUn saludo
Muchas gracias, Eloy, te lo agradezco de veras.
ResponderEliminarUn saludo cordial.