jueves, 31 de enero de 2013

Descripción minuciosa de lo que no puedo ver



No puedo ver las letras
en la ciudad sin plomos.
 
Era azul, recuerdo, el palacio al reflejarse
sobre mi vaso de agua.
 

A mi derecha, eso creo,
muy cerca de mi mano,
una niña con anclas en las piernas
observa alrededor (contempla el círculo
de imágenes trazado, pienso, en torno)
-si estoy en lo cierto aún sigue mirando,
pues tal capacidad poseen aquellos
cuyas pupilas son amadas por la luz- 


A aquella otra, en cambio, la supongo a varios metros,
protegida
de la oscuridad que me alcanza y se proyecta
por cuantos flexos se le ofrecen a brillar.
 

Y los papeles huelen a arrugado
las puertas a gin-tonic, mi asiento

a mí sentado.

Queda el sonido,
queda el silencio cuya envolvente lo arropa,
y varios, unos pocos, puntos mínimos
de sosegada penumbra
en la que parpadean los ojos de los lobos.

O ya no estás, acaso, o sí, da igual
si eres sombra entre sombras,
labios de mimo,
negrura abancalada
sobre una hilera de tejos.

 

Ellos se escuchan, ellos se huelen, ellos,
no me preguntes como,
ellos sí, sí pueden verse.





(c) Ramón Ataz

domingo, 27 de enero de 2013

Un caracol




 

Un caracol tuberculoso,

cansado de escribir sus abstinencias,

tosió litros de sangre entre mis piernas

insultándome.





(c) Ramón Ataz

sábado, 12 de enero de 2013

Pude



Pude haber vivido allí donde la tierra

fuera el único emblema de los que la pisaran

y embellecer su aspecto al transcurrir de los años,

pero ocurre que no sé

si se trata de un lugar o de un momento,

no he sabido averiguar dónde buscarla

ni qué tipo de libros la describen.


Pude haber trazado palabras en las piedras

que, congeladas en nieve,

durmieran arrinconadas.








(c) Ramón Ataz

jueves, 3 de enero de 2013

Vidas cruzadas (poema intrascendente)



Quietos,
bajo el gris trashumante de las nubes
llegado esta mañana a la ciudad,
mis ojos concienzudos
vigilan a una anciana
que se aleja del parque y del café
aún perfumado, persiguiendo
el lustroso correr sobre la brea
del recuerdo futuro de un chiquillo.

Cabellos adversarios, andar en desacuerdo,
las sonrisas, ellas sí, ellas convergen,
como el ave y el murciélago en las alas,
al expandirse por sus rostros antagónicos.

Yo, promedio de sus vidas,
me avergüenzo al confesar que he sondeado
el interior de sus pieles antónimas,
que he invadido
sus sangres disímiles, sus hoscas tristezas
durante el íntimo segundo
en que el azar reúne a las miradas.

No se les puede hablar si ya andan lejos
y cohabitan en mi cráneo, fotogramas
a lo sumo, nada vivo accede allí, probablemente
también ellos me contienen en los suyos:

entre el tránsito fugaz de sus recuerdos,
aquella anciana
 
admite a un hombre joven untado en una silla;
los codos fijos,
la mano izquierda prensando un artilugio
que vierte al deslizarse tinta azul sobre un cuaderno
mientras la otra, oscilante
entre la mesa y los labios,
sigue el lento fanatismo que dicta el cigarrillo.

Los trazos del mundo incomprensible,
gruesos aún, amontonados
como la ropa del día al acostarse,
los que atesora el muchacho con descuido
para urdir algún día su memoria,
hacen hueco a un viejo con su perro,
de rostro innecesario y cuerpo inmóvil,
pintor quizá, o profesor, acaso un padre
caído de su hogar. Ya lo ha olvidado.

Los tres somos vencedores
de un momento
al que pone su final ese otro instante,
inaprensible,
del comenzar de la lluvia.

Ella no está, él se ha marchado.
Yo reverdezco otra vez
como los parques vacíos
que sin decoro
desde hace un rato me miran.







(c) Ramón Ataz


miércoles, 2 de enero de 2013

Motivos del invierno



He dejado morir a la fábula del agua,

sin acabar el rosario y las novelas de otoño.

He dormido hasta muy tarde,

me he arrastrado hasta el balcón,

he leído y he reescrito

el asalto de tus labios a mi piel.


Estos son los motivos del invierno:

escobas viejas para adecentar los bosques

y un eclipse de mi cara con tu cara.





(c) Ramón Ataz