.
Antes de que nadie me defina
confieso ser un hombre.
Ni contención de una presa
ni púgil de agua
-aunque incontables arroyos me traspasen
y tantos golpes a punto de nacerme
estén temblando-
Solo una minúscula
fracción de lo que soy puedo ofrecer
a las corrientes. La mayor parte de mí
yace en el cieno.
Es cierto que puedo bifurcarme
- ¿quién, para eludir el dolor, no se desdobla?-
pero al cabo cada yo terminará
por diluirse, como sal en el océano,
en un cuerpo envejecido,
único y mortal.
© Ramón Ataz