En la tierra crecen montes como piernas dobladas.
Un suave sudario cosido con seda,
cubre a la pendiente que siente subir
por su piel una hilera de erizos enfermos.
Detrás de algún árbol, una masa vítrea
refracta la luz
-metida a codazos entre la negrura-
lacia y sin memoria,
proyectada a ráfagas por un cielo opaco
incapaz, no obstante,
de ocultarse entero.
Si cupieran allí los ojos de los hombres,
si hallaran un hueco los de las mujeres,
si serpentearan sendas practicables
hasta el núcleo mismo de aquel laberinto,
podrían descubrirla
por fin, recostada
sobre alguna roca,
casual, cambiante,
arropando en su cuerpo al musgo que duerme
por una noche cálido.
Ramón Ataz (c)
Sin salirte de tu estilo y la pulcritud con que siempre nos acercas a una historia, un hecho, un accidente, te arropas con un buen bagaje de metáforas, algunas de excepcional acierto y belleza, en este poema. Un fuerte aplauso, Ramón. Con un abrazo.
ResponderEliminarSalud.
Julio G. Alonso
Muchísimas gracias, Julio, por dejar aquí tu amabilidad en forma de generoso comentario.
EliminarUn fuerte abrazo.