domingo, 27 de noviembre de 2011

Languidez

Vacía, la carne de mis manos
solo muestra el rastro de un sabor latente
a plástico y metales.

Me gobierna un disgusto débil,
el último residuo de la angustia
vertida en madrugadas
de lámparas insomnes.

Llámame lánguido, dímelo
con el timbre más agudo de tu voz,
ayuda a la ira, por dios, a traspasarme,
haz que fluyan estos gritos quietos
que flotan todavía en mi garganta.

O si te es más fácil, calla,
sé tú la causa del silencio,
déjame ser el cómplice que duerme.
 




© Ramón Ataz2011

4 comentarios:

  1. Quizá nunca podamos sacarnos de encima esa languidez que es como una segunda piel que nos va cubriendo a medida que los años pasan. Ojala todavía nos quede tiempo para el grito. Muy bien poema, tanto en fondo como en forma, irreprochable. Un abrazo.

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  2. En efecto, Ramón. Parece que el paso del tiempo hace que todo, también nosotros, palidezcamos. Comparto tu deseo de que todavía nos quede algo por lo que gritar.
    Muchas gracias por pasar por el blog y comentar, y un fuerte abrazo, tocayo.

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  3. Qué buen poema, Ramón...Espero que no te importe que me convierta en seguidora de tu blog. Es un placer leerte. Y gritar...siempre gritar.
    Juana.

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  4. ¿Cómo me va a importar, Juana? En todo caso me halaga que te haya gustado el poema. Siempre hay que gritar, es verdad, sobre todo en ciertos momentos..

    Muchas gracias por la visita y por el mensaje.

    Un abrazo.

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