martes, 15 de mayo de 2012

EL hundimiento de las pirámides




Qué extraña distracción tomar asiento

detrás de las pirámides altivas,

sentir cómo comienza a removerse

la arena que sustenta su grandeza.


Qué síntoma, qué adiós, qué vaticinio

previene al solitario observador,

hundido en una silla sin respaldo,

de la mortalidad de lo inmortal.


No escucha más que vientos declinantes

peinándoles la piedra milenaria.

Qué raro sentimiento compasivo

convierte el estupor en carcajadas.


Podría levantarse, golpear

chillar como gaviotas satisfechas,

o traspasar la tierra movediza

y ser como el ajuar que los cadáveres

se llevan del lugar en que murieron.





© Ramón Ataz

2 comentarios:

  1. qué bello poema y qué fino concepto. Ya no encontramos refugio en nada: hasta las moles han dejado de ser inquebrantables

    un abrazo

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    1. Y lo que es peor, no se nos permite observar desde la distancia, nos arrastran en su quebranto... Muchas gracias, Joaquín, por pasar otra vez por aquí con tanta generosidad.

      Un abrazo.

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