Miles deberían ser los ojos,
miles las retinas en que habito.
Pero no importa, aunque mis manos
estúpidamente aplasten
mi propio tacto.
Dos líneas paralelas se aproximan.
Avanzo.
Mis brazos remos, el aire agua.
Expuesto. Me siento observado;
soy la forma cambiante de una nube
que se asimila y se olvida al deshacerse.
Ahora debo hablar de las miradas:
No penetran en mí, no me atraviesan,
en cambio, pasan cerca, se detienen,
me rozan suavemente;
podrían ser caricias si yo fuera solo piel.
En mí queda tatuado lo último que vieron.
Otra vez. Otra vez
Ahora debo hablar de las miradas:
No penetran en mí, no me atraviesan,
en cambio, pasan cerca, se detienen,
me rozan suavemente;
podrían ser caricias si yo fuera solo piel.
En mí queda tatuado lo último que vieron.
Otra vez. Otra vez
me empeño en exhibirme;
mi desnudez por encima de la ropa.
Miles deberían ser los ojos,
pero no importa,
aunque me sepa al fin
evaporado.
mi desnudez por encima de la ropa.
Miles deberían ser los ojos,
pero no importa,
aunque me sepa al fin
evaporado.
© Ramón Ataz
en tus versos palpita esa sensación de inasibilidad que sólo sabe transmitir la buena poesía
ResponderEliminarun abrazo
Muchas gracias, Joaquín, son unas palabras muy amables por tu parte.
ResponderEliminarUn abrazo.