Estos ojos, aún cerrados,
no añoran perfiles azules
ni extrañan la curvatura cambiante de la luna.
No se abrirán para cazar en vuelo a las aves que no saben nombrar.
Estos ojos seguirán hasta mi muerte muertos.
Menos que muertos, nonatos,
como el quizá de aquel chico
que no volvió de pronto a casa alguna noche.
Ninguna noche.
Su casa no añora los perfiles azules
ni extraña el cuerno de la luna,
pero acoge a cualquier ave y a su vuelo declinante
si cansada se posa en sus tejados silenciosos.
© Ramón Ataz2011
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