Lo que arrastra el agua, desde el tiempo
en el que te creías bautizada y redimida,
se filtra hoy al sótano en el que suelo esconder mis culpas.
Ahora deberías talar ese sonido permanente,
que impide al Sol esculpir nuestros cuerpos en las losas,
y comerte las raíces para hacer imposible que renazca.
Vuelves a bailar y a desatar los vientos
- como si creyeras que nadie puede verte-
Tu danza pide a mi brazo que te detenga.
No puede ser.
El pobre pide envejecer a gritos, deshacerse
en la tierra, nutrir al suelo,
derretir el barniz del ataúd, luego agrietarlo,
reencarnarse al fin en la piedra que lo aplasta.
Y riéndote me pides que me calle,
mientras tu baile parece invocar
a una de esas diosas que a menudo te dictan los sueños.
© Ramón Ataz
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