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Yo soy el hombre del perro y de la niña,
un crucifijo de carne que pasea
exhibiendo unos labios ensanchados
entreabiertos, blanquecinos.
Globo aerostático que no puede elevarse,
semoviente arrastrado por impulsos,
el de las uñas cortas y limadas.
Husmeo, huelo el aire, identifico
un fuerte aroma a colonia de neumático.
Contemplo, miro, estudio a un hombre péndulo
al que transportan por el parque sus muletas.
El humo que desplazan mis zapatos
se adhiere a los mendigos que se unen
para buscar en mi ropa enseres viejos.
Persigo las baldosas peregrinas
despojado,
envuelto en párpados,
ataviado con sonidos y collares.
Piso algunos escondites
entre arbustos que atesoran
vino envasado en algún bidón advenedizo;
el alcohol humedece las raíces
que como zombies se escapan de la tierra.
La luz regresa, vuelvo intacto,
nazareno, persuadido
de que no podrán jamás brillar las lámparas
en la línea que separa a mis ojos de la noche.
Ramón Ataz2011
Un placer leer versos elaborados con imágenes incrustadas como una vidriera gótica. Gracias por tus poemas en este verano de terremotos bursátiles, estupidez e ignorancia.
ResponderEliminarUn abrazo
Muchísimas gracias, es un comentario precioso que agradezco de veras.
ResponderEliminarUn abrazo.
Ramón Ataz.