No era yo el cabello,
ni el escozor
la inequívoca marca de mi infancia.
Huyó la negritud y por lo tanto
no fue en mí en quien el frío hundió sus uñas.
Que ahora el Sol
emplee cualquiera de sus dedos
emplee cualquiera de sus dedos
para trazarme,
que me desvele el exilio de la luz
o muestre antiguas sajaduras mi garganta,
son ilusiones, faxes del tiempo, serosidad
imitadora de la sangre.
No, no era yo
aquel niño sin aire,
pintor de piedras,
protomártir estival,
mesías de leche.
© Ramón Ataz2010
Un poema interesante, para retornar al niño interior.
ResponderEliminarUn abrazo
Ana
Muchas gracias, Ana, por tu comentario. Volver al niño interior es una tarea probablemente imposible, por desgracia.
ResponderEliminarComo Nietzsche decía (no con estás palabras), para alcanzar la madurez hay que encontrar la seriedad con la que se jugaba de pequeño. Más que al niño que tenemos dentro, creo que debemos retornar a la seriedad con la que soñábamos.
EliminarUn saludo compañero.
Es lo deseable, Armonicista, pero a veces es difícil reencontrar esa seriedad... Muchas gracias por tu paso y por tu comentario, compañero.
EliminarUn abrazo.