sábado, 28 de mayo de 2011

Una clase de equitación

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Finjo mirar (y en realidad respiro)
a los niños felices, a cuidadores niños sujetándolos,
a la yegua contenida, fatigada,
que a su vez finge trotar y en realidad digiere
hierba sin vida y una impropia actitud funcionarial.

A mis ojos los separan escalones como imágenes
de una visión, o más bien,
de un espectro de luz que disimula su forma.
Las ramas póstumas de un árbol moribundo
reciben la extremaunción
de entrecruzados vientos que trenzan hasta aquí murmuraciones,
voces de no se quién ni se de dónde,
pero voces, de eso no hay duda;
es posible que más abajo, en la ciudad,
los automóviles manifiesten su opinión
y algunos edificios se pronuncien
acerca de las cosas de los hombres.

Pero aquí, en esta vieja sierra semiurbana,
el suelo crece vertical, las aves duermen,
sonríen los profesores y los niños
al cabalgar en círculo sobre una yegua mansa,
viven la más audaz de las historias
que puedan algún día revivir.

Cuando les llegue el tiempo de la emoción fingida.






© Ramón Ataz2011

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