El modo en el que a veces te quiebras,
astillándote en hijos delgados,
es tu forma elemental de estar presente. Yo
te contemplo, agazapado, completa, desplegada
como un índice, erguida igual que un dogma, yo
disipo mi violencia perezosa
en la fertilidad de tu asombro,
renacida, tras el largo barbecho de la noche.
Y no hay desdén, solo aureolas de viento,
como siempre, arropándote.
Deja que te ame unos segundos,
cuerpo de luna doblada y escondida.
Sin pasarme, deja que te ame unos segundos.
Ramón Ataz