sábado, 19 de marzo de 2011

INTERMEDIO DE MI MISMO



Lo conseguido por una sola década
de crediticia diversión y noches largas
es que yo no sepa ya tomar partido.

Cuando el Muro de Berlín se retrotrajo
a aquellos años de belicosa unidad,
los fantasmas que tanto, tanto tiempo
traspasaran la opaca solidez
no supieron concluir su trashumancia.

Cuando el mundo consiguió por fin un solo,
un único poder sobre gobiernos,
- ultrasoberanía geoestratégica-
las famélicas naciones se escondieron
llevándose consigo sus fronteras.

La izquierda se aburrió, reconstruyó
los estados extintos y los pueblos,
amnésicos residuos del empacho,
aprendieron inglés y son felices.

Cuantas cavernas pude visitar
-vigiladas por platónicos del tecno-
exhibían purísimas ideas;
unas, como colgadas del techo, eran murciélagos
ignorantes de la senda solariega;
otras, como un cono de lluvia congelada,
eran axiomas hermosos y agresivos;
otras, en fin, surgían del suelo
como la alfombra que sueñan los fakires.

Pobres ideas de frío y humedad,
de dieta sanguínea y de ceguera.

Algunos saben...
 

yo envidio su mirar de frente,
su cuello corto, igual que un árbol
que en soledad no precisara
ir por sí mismo al encuentro de la luz.

Admiro su ideario y su panoplia,
su salvífica verdad, su mantra exacto,
envidio a aquel que ante su Dios se moja
de un cálido temor reverencial,
y guarda para sí y para su muerte
la pulcritud de unas piezas ordenadas.

Aunque está ahí, soy más que humilde
para ingresar en el edén del ideario.
Llegó el último minuto de la historia.
Más allá seré quizá un doncel yacente
con mirada de nuez y sonrisa quieta