sábado, 22 de septiembre de 2012

La épica de las sillas



Lo que ocurre es que está en pie y el cereal

crece tan alto y el rugido

de una fiera legañosa

recuerda a la brisa 


su poder, venido a menos, de llevarse

a otro lugar

el olor ácido del hambre.
 


Y puede vérsele partir


llevando en sus dos manos el tizne de la lumbre,


los huesos aún calientes de sus padres,


la carne desangrada de los hijos.


Nosotros que enojados


somos dueños del gobierno de las sillas;

nosotros que a lo lejos, 


nos turbamos, comemos y dormimos, nosotros,

tubos de escape,

cazos de hierro con la tapa desplazada, 


nosotros,

gritos echados a perder en las paredes,

somos la ola


que amaga y se retira

dejando peces muertos en la arena.






Ramón Ataz 2012

lunes, 17 de septiembre de 2012

Boceto en una una sala de espera



Dentro ocurren cataclismos


o quizá deba decir que este pequeño

dolor acomodado es un desastre.

Parece ser un final, como el retiro del alma,

la dimisión injusta de la sangre

aburrida de rodar a todas horas

por el cauce ensangrentado de mis venas.


En muchos hombres los brazos

retienen algún músculo

capaz aún de bruñir la piel vacía.

Hay disconformidad, hay desajuste

entre la tierna sonrisa de los niños

y el confinado desdén de un moribundo.

 

Y esto lo pienso

bajo los haces amarillos de una bombilla torpe

acusada de brillar en el vacío

a costa de explotar sus filamentos.

 

Dos mujeres marchan lentas

camino a la asamblea callejera de varios fumadores sonrientes.

Una confunde su llanto con su voz, mientras la otra

se apoya en cada uno de los pétalos

que viene deshojando su equilibrio y todo,

todo es amarillo, la ropa, las paredes,

la azafranada luz de la penumbra,

el tañido regular de mis pulmones que sugieren, por fin lúcidos,

un cataclismo, un desastre,

un minúsculo dolor,

una agonía.





Ramón Ataz

jueves, 6 de septiembre de 2012

De por qué no puedo explicar la razón de mi risa

A Reyes
 


No puedo explicar el porqué de estos impactos

ligeros, silenciosos, llegados a mi espalda,
 

ni la razón de que me ría después de cada golpe
 

y espere el siguiente y recuerde todos.

 

De verdad quiero que el mundo comprenda
 

a qué juegan los pies cuando no saben andar,
 

pero el caso es que estáis todos en la idea

de que a las causas las siguen los efectos,

de que la lucidez puede medirse en exclusiva
 

por el solido equilibrio de las piernas,
 

en fin, todos creéis, probablemente,
 

que la música se expresa con sonidos.


 

Si mis palabras fueran solo de imagen,
 

si vuestros ojos se atrevieran a escuchar,
 

podríais traducir cada patada
 

al lenguaje que aprendieron las chapinas
 

la primera vez que el mar habló a las costas.

 

Solo así podría, sí, 

esa sería la manera.



© Ramón Ataz